Los conflictos armados siempre suponen una tragedia para el ser humano, porque no se trata de vencer o sucumbir ante el enemigo en el campo de batalla, sino que el simple hecho de haber llegado a esa situación ya da a entender que se ha sido incapaz de llegar a una solución que no implique miles de muertes y derive en un caos y una destrucción que pueden dejar secuelas imborrables en un territorio. Las guerras, por desgracia, siguen siendo habituales hoy en día, en pleno siglo XXI, aunque algo cambió para siempre en 1945, con el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo se preparaba para una nueva era en la que el sistema económico imperante se radicalizaría hasta llevarnos a la globalización, un mundo donde las fronteras ya eran más permeables.
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