El Imperio Romano ha sido, sin duda, una de las sociedades más fascinantes que han hollado la tierra a lo largo de toda la Historia. Su importancia para entender nuestro mundo actual es indiscutible, ya que llegó a convertirse en el mayor imperio de su tiempo, solo superado, siglos más tarde, por el imponente Imperio Español. Con una estructura de poder liderada por el Emperador, que ascendía habitualmente por vínculo de sangre, siempre con el apoyo del ejército y el pueblo, Roma se convirtió en un epicentro de poder. Las novelas históricas que atienden a este periodo buscan siempre mantener la máxima cercanía posible a los hechos reales, tal y como ocurrieron. Aunque es lógico que, en ocasiones, algunos personajes acaben siendo exagerados, porque la Historia tampoco les ha tratado exactamente bien. Eso es justo lo que ocurre con la emperatriz Mesalina, una de las figuras más polémicas del Imperio Romano.
A Mesalina le tocó vivir en una época convulsa, y aun así, supo sacar provecho de ello, y de su imponente belleza, para llegar a convertirse en mujer del Emperador. Fue un golpe de suerte, por así decirlo, pero está claro que la ambición que siempre había sido importante para Mesalina se vio colmada en el momento en el que su esposo Claudio se convirtió en Emperador, tras la muerte de Calígula. La mujer ha pasado a la historia no solo por su inteligencia y su acostumbrada manipulación a su marido, tildado por muchos como un idiota y un zoquete. También la gran afición de Mesalina por el sexo y su inmenso deseo carnal han llegado hasta nuestros días, estando bastante confirmados por las crónicas de la época. Quien más quien menos, entre los escribas del Imperio en aquellos años, la opinión de que Mesalina era una verdadera ninfómana, una fiera sexual insaciable, se había extendido de forma imparable. Y así es como su imagen ha llegado a nuestros días.
Sus orígenes
Mesalina nació en el año 25 d.C., una época bastante comprometida en el Imperio Romano. Pertenecía a una de las familias más poderosas del Imperio, la gens Julia, y sin embargo, podríamos decir que estaba entre los parientes menos acaudalados de aquella estirpe. Su padre era un político menor, sin mucho nombre n i importancia dentro del Imperio. Su madre, por su parte, era una mujer poco virtuosa que se había dedicado a despilfarrar el dinero de la familia, y no tenía oficio ni beneficio. Su vida no fue precisamente cómoda en su juventud, aunque por fortuna, la naturaleza la había bendecido con una imponente belleza, a la que sin duda podría sacarle partido en el futuro, como finalmente hizo. Mientras tanto, tuvo que conformarse con una niñez de restricciones, esperando el día de poder desposarse con un pariente más rico.
Parte del clan más poderoso del Imperio Romano
La estirpe de Mesalina procedía de la gens Julia, una de las familias más poderosas del Impero Romano. Sin embargo, como en todas las familias, no todos habían corrido la misma suerte a la hora de administrar su dinero o de conseguir una vida exitosa. Los padres de Mesalina, de hecho, habían preferido la mediocridad, o no habían podido aspirar a más. Su hija, sin embargo, parecía destinada a romper con esa maldición y recuperar el esplendor, acercándose a la parte más rica de su familia. Es así como conoció a su tío Claudio, quien siendo treinta y seis años mayor que ella, se quedó embelesado con la imponente belleza de su sobrina. Tanto es así que acabó enamorándose y casándose con Mesalina, cuando esta tenía tan solo quince años. Un matrimonio que fue el comienzo de una vida mucho más plácida para la joven, aunque ni mucho menos rutinaria, ya que disfruta mucho de las escapadas nocturnas…
Su deslumbrante belleza
Cuentan las historias de aquella época que Mesalina poseía una belleza absolutamente irresistible. Su rostro, de facciones suaves, se enmarcaba en su melena de hermosos rizos azabaches, y era coronado con una enigmática sonrisa que volvía locos a los hombres. Además, la chica poseía un cuerpo bien torneado, con unas sinuosas caderas que sin duda la hacían aún más apetecibles. A Mesalina no le faltaron pretendientes, pero siendo previsora e inteligente, decidió casarse con su tío Claudio, para tener una vida más plácida gracias a la riqueza de este. Era, según nos cuentan, un hombre muy poco agraciado, calvo y tartamudo, casi un inepto. Pero tenía dinero, y además era familiar de Calígula, lo que le llevó directamente el trono del Emperador a la muerte de este, poco después de haberse casado con Mesalina.
La adicción al sexo de Mesalina
Convertida ya en emperatriz y siendo todavía muy joven, nuestra protagonista dio rienda suelta a sus deseos sexuales, y empezó a tener relaciones con todo hombre que se le apetecía. En la mayoría de ocasiones lo hacía a espaldas de su marido, demasiado ocupado en su cargo de dirigir todo un imperio. Claudio se pasaba meses enteros en campañas como la de Britania, dirigiendo al ejército, de una manera bastante eficiente por otra parte. Mientras tanto, su esposa se encaprichaba de gladiadores, cónsules, políticos, maestros y ciudadanos de a pie. Dicen que Mesalina quería tener sexo con cualquier hombre que le llamara mínima la atención, y que ellos no podían resistirse a sus encantos. Muchos la catalogan, por tanto, de ninfómana. Pero hay otra palabra que también ha sobrevolado toda su historia, y que todavía hoy se debate si es justo o no: prostituta.
Mesalina ejerció la prostitución
Son varios los escritos de la época, de historiadores independientes entre sí, que aluden al hecho de que la emperatriz Mesalina no solo disfrutaba del sexo, sino que había llegado al punto de ofrecerse como prostituta en distintos burdeles de la propia ciudad. Se hacía pasar por otra, por supuesto, colocándose una película y cambiándose el nombre, pero sin dudar era la auténtica emperatriz. Una fiera salvaje ansiosa por poder disfrutar de sus insaciables ganas de gozar del placer carnal. Una verdadera fuerza de la naturaleza que, según se cuenta, llegó a estar con 70 hombres en la misma noche y acabó cansada, pero no satisfecha. Lo más loco de todo es que aquello ocurrió a causa de una apuesta, que la propia Mesalina le hizo a una de las prostitutas más conocidas de Roma. La emperatriz aseguraba ser capaz de satisfacer a más hombres que ella, y llegó hasta los 70. La famosa profesional, sin embargo, quedó exhausta a los 25 hombres y decidió retirarse. Así se las gastaba Mesalina